El jefe que tiene el honor de estrenar la nueva fórmula del Boss Smasher camina de lado. Su aspecto de írsele la pinza encaja con la máscara que se ha buscado. No hace falta hacer un croquis, ¡se trata del Cangwejo Real! Pero ¿conoces de verdad al crustáceo que se alzó frente a un dragohuevo?
Existe un cuento infantil que relata una parte de su historia…
De aquello hace muchísimo tiempo, mucho antes del Caos de Ogrest, vivían varias familias de cangwejos en el Cañón Frondoso de Sufokia. En aquella época, el equilibrio entre las playas de arena fina y la vegetación exuberante era perfecto. Además, los crustáceos no eran las únicas criaturas que disfrutaban de aquello: lagartos, araknas, albatroces y otros muchos vivían en aquel remanso paradisíaco en el que la naturaleza se mostraba generosa y acogedora.
Sin embargo, hubo un año que estuvo marcado por la sequía. El sol se pasó todo el verano ocupando por completo el cielo. Aunque en un principio gustaba, acabó molestando. Las multitudes se desplazaban en masa hacia los puntos de agua, allí donde podían refrescarse. Así, en el juego del azar, a la fauna y la flora del Cañón Frondoso les tocó la peor mano…
Una mañana llegaron a las playas una colonia de dragohuevos. Su campamento no presagiaba nada temporal y su comportamiento con el entorno era de lo más preocupante para la fauna y la flora, hasta entonces muy tranquilas. Se instalaron para quedarse hasta agotar los recursos. Mientras tanto, devoraban con glotonería los peces y los crustáceos del sector, teniendo cuidado de asarlos previamente con su cálido aliento.
Varias familias de cangwejos habían conseguido refugiarse un poco más lejos, en la selva. ¡Adiós playa! Ahora tenían que echar mano de astucia para no acabar ensartados cuando iban a comer al mar. Los dragohuevos se habían dado cuenta perfectamente de que había menos crustáceos, pero no parecían dispuestos a marcharse. Para los cangwejos, había comenzado el tiempo de la supervivencia…
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Un día, mientras se contentaban con unos restos tirados por los invasores en medio de la vegetación, un joven dragohuevo sorprendió a los crustáceos: «¿Qué estáis haciendo?».
De inmediato, los cangwejos se dispersaron en una ola tintineante que se desvaneció en el follaje.
«¡No tengáis miedo! Yo no soy como ellos… Yo solo me alimento de semillas y de raíces. Entiendo vuestro miedo, pero que sepáis que no les diré dónde estáis».
A pesar de su voz grave y gutural, se expresaba muy bien para uno de los suyos y en un lenguaje que los crustáceos entendían perfectamente.
«Escuchadme, si las condiciones en las que vivís se vuelven demasiado difíciles, conozco una fuente de agua que está un poco más lejos y a la que mis congéneres no van: está demasiado alejada para ellos y, además, ya tienen todo lo que necesitan en los alrededores del campamento. Si queréis, yo podría ayudaros a instalaros allí…».
Un cangwejo salió de la fila. Sus ojos estaban negros de ira. Se frotó frenéticamente las pinzas, emitiendo una secuencia de sonidos varios que el dragohuevo parecía descifrar fácilmente.
«Cálmate… sí… Cálmate… Yo solo quiero ayudaros. Entiendo vuestra desconfianza. ¿Y si llevara a uno de vosotros para que comprobara que esta fuente existe? Luego lo traería de vuelta para que pudierais debatir y tomar una decisión conjunta…».
El cangwejo furioso se volvió hacia los suyos. Las pinzas se frotaron. Tras un largo castañeteo, volvió el silencio. El cangwejo furioso anunció que aceptaba partir con el dragohuevo con el objetivo de comprobar su declaración: si no volvía, todos los demás sabrían que «el escamoso» había mentido. Además, era el cangwejo más viejo: si había que correr el riesgo de sacrificar a uno de ellos, mejor que fuera él.
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La espera fue interminable. Por momentos los cangwejos dudaban, temblaban, y por momentos se tranquilizaban los unos a los otros. Al final, una hora después, el dragohuevo volvió con el viejo cangwejo. Este bullía de felicidad. Tenía la impresión de haber encontrado una parte de su paraíso perdido. Todos querían ir allí, pero el dragohuevo no podía llevárselos a todos de una vez. Se echó varios crustáceos a la espalda, entre ellos el viejo cangwejo, e hizo un primer viaje. Volvió cuarenta y cinco minutos después y se llevó a un segundo grupo de crustáceos. Después de media hora, estaba de vuelta.
Un pequeño cangwejo azul cuya particularidad era que tenía una des sus pinzas más grande que el resto de su cuerpo, salió del grupo y se dirigió al escamoso: ¿cómo es que cada vez volvía más rápido cuando la primera vez que se marchó llevaba un solo cangwejo?
«El tiempo pasa, pequeño: si quiero llevaros a todos antes de que anochezca, tengo que apresurarme. Por eso cada vez me doy más prisa…».
El dragohuevo se cargó a la espalda un tercer grupo. El cangwejito con la pinza gigante quiso ir también.
«Perdona, pequeño crustáceo, pero ya no tengo más sitio en el lomo…».
No había problema, podía enganchársele al cuello.
«No sé, no sé, podría ser desagradable…».
¿Era un dragohuevo orgulloso o un lagarto debilucho y blandengue? El escamoso acabó aceptando.
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Al cabo de unos diez minutos, el cangwejito que iba colgando del cuello del dragohuevo se fijó en algo que había en el suelo: él y los suyos estaban acostumbrados a recoger los restos de pescado y de otras criaturas que tiraban los dragohuevos. Pero entonces… reconoció los caparazones de sus congéneres. Todavía colgado, se frotó las pinzas y se dirigió a su conductor: le preguntó si aquello era todo lo que quedaba de los suyos. El dragohuevo sonrió.
«Eres muy listillo. ¡Pero no te librarás de acabar como los demás!».
El cangwejito volvió a frotar sus pinzas: no iba a ser su caparazón el que iba a secarse al sol junto con los restos de los demás cangwejos, sino la cabeza y la carcasa del vil dragohuevo. Su pinza apretó entonces el cuello del escamoso, que fue perdiendo poco a poco su sonrisa. El cangwejito cumplió su promesa.
La colonia de dragohuevos descubrió a su congénere la misma tarde. Luego, en los días siguientes, encontraron en las mismas circunstancias los cadáveres de otro, y de otro, y de otro más. El rumor de una maldición se extendió como una ola sobre la playa. Estallaron disputas. De todos modos, la comida empezaba a escasear, así que ¿por qué iban a quedarse más tiempo?
Una mañana el campamento desapareció como vino. Los cangwejos y las demás criaturas que habían sobrevivido se reapropiaron el Cañón Frondoso de Sufokia.
Cuenta la leyenda que el cangwejito creció y que ahora se viste con el cráneo del vil dragohuevo que le había mentido.
Se convirtió en… el CANGWEJO REAL.
¡Enfréntate a él durante todo el mes de abril gracias al Boss Smasher!