Aquel fin de tarde de octobrero, el cielo empezaba a parecer el lienzo de un pintor. Una resplandeciente paleta de rosas y naranjas cubría las copas de los árboles el bosque. O al menos lo que quedaba de él... Desde hacía un tiempo, en esta zona de la región de Bonta, los árboles ya no eran más que el eco de un lejano recuerdo...
Ron Bush, Tiv Bush e Ido Bush, tres hermanos leñadores de piel curtida y tan rugosa como la corteza de un abráknido, se dirigían silbando hacia el bosque. Sus macizos y fornidos cuerpos desaparecían bajo kilotoneladas de material: sierras, hachas, cortatroncos y protecciones de todo tipo para llevar a buen fin la misión que se les había confiado: talar no menos de 20 árboles para Nina Richa, que había sido presa de un repentino deseo de reamueblar su salón.
—Pff, ¡a quién se le ocurre hacernos venir a estas horas!— maldijo Tiv.
—¿Qué pasa? ¿Te da miedo la oscuridad, pequeñín?
—Créeme, ¡me da más miedo tu mujer que pasar la noche en este bosque!
—¡Ja, ja, ja! Qué me vas a contar...
Ron le dio un codazo cómplice a Tiv y se bajó la visera de la gorra sobre la frente.
—Chicos, ¿no podéis cerrar el pico cinco minutos? ¡Estoy intentando concentrarme! No soy capaz de orientarme con este condenado mapa...— protestó Ido subiéndose las gafas con el dedo índice.
—¿Para qué te hace falta un mapa? ¿No has oído lo que nos ha dicho Nina la ricachona? Esa mujer quiere lo mejor de lo mejor del bosque. ¿Y sabes dónde vamos a encontrarlo?
—En tu...
Ron estampó una colleja a su hermano Tiv en la nuca y siguió.
—En el centro del bosque. En el «corazón», donde los árboles son más sólidos y la madera más reluciente. Y créeme, ¡todavía no hemos llegado!
Ido soltó un leve suspiro de desaliento.
—Venga, chicos, acelerad el ritmo. Cuanto antes lleguemos, antes volveremos a casa con la parienta— dijo Tiv para motivar a la cuadrilla.
La noche empezaba a caer a medida que los tres leñadores se adentraban más y más en las entrañas del lúgubre bosque. Los ruidos extraños y la vida animal nocturna se apoderaban poco a poco del lugar. Aquí y allá se oía un aullido, un crujido, un murmullo que rompía repentinamente el silencio pesado de la noche. Bajo los pies de los tres leñadores, el crujir de las ramas muertas formaba un dúo perfecto, por no decir perfectamente angustioso, con el siniestro resoplar del viento. El ulular de un búho sobresaltó de pronto a Tiv, que se agarró a Ron.
—¿Qué pasa, cariñito? ¿Tenemos miedito?
Tiv le apartó e intentó salvar su orgullo hinchando el pecho.
—Es que... Me ha pillado por sorpresa, nada más... ¡Y además nunca me han gustado esos dichosos pajarracos nocturnos!
Ron se rió burlonamente bajo el bigote. Ido, por su parte, iba dejando caer guijarros y otras pistas pensando ya en el camino de vuelta... El benjamín del trío, con sus aires de primero de la clase que contrastaban con su musculosa corpulencia, era innegablemente el cerebro del grupo.
—Si mi brújula tiene razón, ya no podemos estar muy lejos— anunció.
Tras diez minutos escasos, los tres hermanos desembocaron en un terreno donde se alzaba un conjunto de árboles visiblemente más jóvenes y frondosos. Los últimos supervivientes de la deforestación masiva de la que era víctima la zona.
—Bueno, chicos, hemos llegado. No perdamos tiempo, hay que darse prisa en montar el campamento. Cuando la noche caiga del todo no se verá nada, y sinceramente, no tengo ganas de dormir sobre esta alfombra de hojas muertas repletas de araknas.
—¿Es una broma, Ido? ¡No hemos hecho todo este camino para irnos al sobre ahora! ¡Tengo el hacha que me quema en las manos! ¡Tenemos que cortar por lo menos un árbol, hombre! ¡Ese!
—¡Que sí, hermanito! Mira, cortamos uno cada uno y ya está. ¡No pienso acostarme sin haber probado mi nueva rebanadora!— añadió Tiv, blandiendo con orgullo su flamante herramienta.
—Mira que sois cansinos los dos... Está bien, como queráis. Pero aviso, si el campamento no está listo antes de que oscurezca, mañana me quedo con un 10% de la parte de cada uno.
Los dos leñadores se tomaron la amenaza en serio y apretaron el ritmo. Cada uno eligió su «presa» y entusiasmados se lanzaron a la tarea, talando con fuerza a base de hachas, sierras y herramientas cortantes de topo tipo. Mientras tanto, Ido, que prefería reservar las fuerzas para estar en mejor forma al día siguiente, comenzó a levantar el campamento para pasar la noche.
De pronto, empezó a agitar la mano para inndicarles que dejasen de cortar.
—¡Quietos! ¿Habéis oído eso...?
Ron y Tiv se quedaron como estatuas y tendieron la oreja durante unos segundos.
—Mm... No, he debido de soñarlo
Los dos leñadores retomaron la tarea con más brío, no sin antes lanzar una mirada reprobadora a su hermano.
—¡Quietos! ¡¡QUIETOS!! ¡Escuchad!
—¡Bueno, ya basta, Ido! Me estáis empezando a hartar los dos, cagándoos de miedo cada vez que un pájaro cualquiera se tira un pe...
Un gruñido atronador cortó en seco las palabras del leñador, que dejó caer su hacha de la sorpresa. El suelo empezó a temblar, provocando violentas sacudidas que los obligaron a sujetarse a los árboles que tenían a su alcance. Y luego nada.
—¡Por todas las muuugresas! ¿¿Qué ha sido eso??
—¡Ya os decía que no me gustaban esos bicharracos condenados!— se quejó Tiv con voz temblorosa.
—Siento decepcionarte, pero me da en la nariz que eso era algo más que un simple búho...
—Bueno, que no cunda el pánico. Vamos a empezar por hacer un fuego y montar las tiendas. Seguramente era solo un balí grande, ¿no?— dijo Ron, intentando calmarse.
Los tres leñadores se pusieron manos a la obra. Juntaron suficiente madera para alimentar una hoguera bastante intimidante, por si algún monstruo osaba acercarse demasiado... De repente, el suelo tembló de nuevo. Era como si el Mundo de los Doce estuviera sufriendo convulsiones. Ante la sorpresa de todos, Ron dejó escapar un chillido agudo.
—¡Joder! ¡Decidme que no era más que un wabbit muy grande! ¡Soy demasiado joven para morir!
—Deja de ser tan cagueta, Tiv, y apaga la maldita rebanadora ¡que así nos van a descubrir!— le interpeló Ido.
—¿Pero qué dices? Si mi rebanadora está ahí...
Mientras apuntaba al lugar donde había posado la máquina, el leñador descubrió, alarmado, que esta había desaparecido. De nuevo, el motor atronador de su rebanadora retumbó en alguna parte, esta vez más fuerte. Los temblores volvieron con mayor intensidad... acompañados por un gruñido ronco y el crujir de unas ramas. Notaron un olor a madera enmohecida en la nariz.
—¡Puaj! ¿Pero qué es...? ¡¡¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAH!!! ¡¡Ido, detrás de ti!!— gritó Ron.
En la oscuridad, se recortaba una gigantesca silueta, rebanadora en mano. Una sombra dispuesta a devorarlos vivos. Era como si las tinieblas estuvieran a punto de engullirlos. Los tres hermanos estaban petrificados de terror. Las chispas que salían despedidas tímidamente de la hoguera desvelaban algunos rasgos de su agresor: jamás habían visto un abráknido de tal envergadura...
—¡Hay que largarse de aquí!— gritó Tiv.
La criatura soltó un gruñido tan potente que estuvieron a punto de salir volando, levantados por una borrasca de cortezas de madera y lluvia. Ido prendió una antorcha en el fuego y los tres salieron corriendo como alma que lleva el diablo.
Con tanto atropello, Ron se resbaló con un montón de hojas muertas y trastabilló cayendo al suelo con la cabeza por delante. En su mirada se leía la rendición.
—Dejadme... Así voy a frenaros... ¡¡HUID!!
Pero no había apenas acabado de decir esto cuando un ejército de polters venidos de todas partes lo atacó. En poco segundos, su cuerpo se transformó en estado vegetal por completo. Su mirada se apagó para convertirse en dos órbitas sombrías llenas de vacío...
—¡Qué horror! ¡No podemos dejarlo así, tenemos que ayudarlo!
—¡No servirá de nada, Tiv! ¡Es demasiado tarde! ¡Venga, no podemos quedarnos aquí! ¡El monstruo va a alcanzarnos!— respondió Ido tirando de la manga a su hermano.
Pero cuando los dos supervivientes se disponían a huir, un quejido ensordecedor estremeció todo el bosque. Tiv e Ido se dieron media vuelta y descubrieron, a la tenue luz de su antorcha, que el abráknido también había caído presa de los polters.
—No podemos quedarnos aquí, es demasiado peligroso— dijo Ido.
Detrás de ellos, un violento impacto los levantó por los aires. Una pesada masa se había estrellado contra el suelo... Y enseguida siguieron unos insoportables gemidos. Los lamentos de la criatura les perforaban los oídos. Pero también, curiosamente, el corazón... Un lamento que dejaba adivinar a la vez incomprensión y dolor...
En Diciembre podrás encontrar al Roble blando en la nueva mazmorra de Abráknidos oscuros. (Para niveles 126-140)