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WAKFU orígenes: una historia de Ruel

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Con sus guantes blancos inmaculados y su pajarita perfectamente ajustada, era un Ruel completamente diferente al que conocemos actualmente el que se deslizaba entre las mesas del prestigioso Wakfuquet’s. Movido por una agilidad y, digamos, una gracia digna de un miaumiau, el «joven» anutrof realizaba su trabajo de camarero con rigor y dignidad...

 
«Si el señor me lo permite, el Saint-Amourette maridará perfectamente con su solomillo de jalalínea al estilo Valentón».

«Señora, le recomiendo que elija el milhojas brakmariano. Sus sutiles notas de cenizas magmáticas despertarán sus papilas».

«¿Puedo proponerles, señores y señoras, un neskafé salé? El mejor de la región. Molido con el dedo meñique según una tradición ancestral transmitida de padres a hijos».

El tono era correcto. Cordial, firme y sin la más mínima insistencia. Perfecto para un establecimiento de esa categoría. Nada habría hecho pensar que un tipo como Ruel podría mezclarse tan bien con este tipo de paisaje. Sin embargo, no fueron ni los marcos de las obras maestras recubiertos de hojas de kamas, ni los cubiertos de plata auténtica lo que le había motivado a solicitar este trabajo. Ya que si hay una sola y única cosa más fuerte que el irresistible atractivo del dinero para un anutrof, es sin duda... el amor.

12:43 h. Precisamente. Es lo que iba a ocurrir de un momento a otro. El sudor de sus manos hacía que el contacto de su piel con la seda de los guantes se volviera insoportable. Tenía la impresión de que sus piernas le fallaban, como si se hubieran vuelto demasiado débiles para sostenerlo. Con el rabillo del ojo, Ruel vio que la puerta giratoria se activaba. Un escalofrío recorrió su columna vertebral. Cuando, de repente, apareció ella... Su larga cabellera rubia, anudada en una elegante trenza, rodeaba su rostro de facciones tan delicadas. Su atuendo, siempre el mismo, un traje de trabajo azul como las aguas de Sufokia que hacía resaltar sus magníficos ojos. Cada vez, el ritual era el mismo: esbozaba una discreta sonrisa, se dirigía con paso firme hacia la sala de las cocinas para dejar las bolsas de hielo de costumbre. Y no era cualquier tipo de hielo. Se trataba de hielo de lujo, directamente importado de Frigost «el único capaz de hacer que el cóctel Azul Kamakaze estuviera a la altura de las expectativas de los clientes», según el chef. Una distinción que, aunque ridícula a los ojos de Ruel, tenía el mérito de regalarle ese momento tan preciado.

Por mucho que tratara de ser discreta y pasar desapercibida, iluminaba toda la pieza. Ruel solo pensaba en una cosa: quitarse esa maldita pajarita que le apretaba el cuello, lanzar sus guantes a la cara de los odiosos y estirados clientes, y correr hacia ella para proponerle vivir una vida de amor y de agua fresca (con unos pocos de kamas, claro), en un lugar idílico y aislado del mundo. ¿Por qué no una isla perdida en mitad de ninguna parte? Allí podrían pasarse el día descansado en las playas de arena fina, bebiendo agua de kokoko directamente del fruto. Dorándose al sol como un kama y...

«Pero está sordo o qué, ¡esto es increíble! ¡¿CAMARERO?! ¡¡CAMARERO!!»

El rostro medio cubierto por una sedosa mecha blanca, una estola de seda azul alrededor del cuello, Phil Harmónico, estrella ascendente de la «canción con letras gritadas», estaba sentado en la mesa 1, la más solicitada del establecimiento. A su alrededor, varias mujeres, a cual más elegante y hermosa, ponían poses que hacían destacar de forma exagerada sus siluetas.

Los dos anutrofs se odiaban... El «motivo» de su discordia: la joven y hermosa «chica de los hielos», a quien ambos cortejaban desde hacía mucho tiempo... Phil era un donjuán. Quería tenerlas a todas. Pero, por encima de todo, lo que más le gustaba era tener lo que tenía Ruel. Por lo general, su «competición» de seducción era un poco más de broma. Pero esta vez, Ruel no tenía ganas de bromear...

«¿El señor tomará lo de siempre? ¿Una taharta?», preguntó Ruel.

Phil lo miró de arriba a abajo con un cierto desprecio en la mirada.

«Obviamente. Y para acompañar, sírvame su mejor zumo de uva fermentado. El más caro. Vamos a celebrar el triunfo de mi último álbum. ¿Verdad, chicas?»

«¡Ji, ji, ji, ji!».

Las admiradoras reían tontamente.

«Si me lo permite, le aconsejaría al señor más bien un zumo de ñiamzama que pica. Eso se sube menos a la cabeza...».

«Lo mismo da. Mientras no hagas esperar a estas señoritas», Phil acompañó su frase con una aduladora mirada dirigida a sus espectadoras.

Luego sacó su guitarra y se puso a tocar la melodía de «Ven como tú eres», el gran éxito del famoso grupo de bwork’n’roll de pelo graso y pantalones agujereados llamado Anir’Vana.

«Esto... Discúlpeme, señor, pero no estamos en un restaurante de comida rápida. Por el bienestar de nuestros demás clientes, en particular de sus oídos, y también porque su guitarra no está bien afinada, le pedimos que guarde su instrumento, por favor», le señaló Ruel, no sin un cierto júbilo.

Phil soltó la guitarra en el centro de la mesa y lanzó una mirada tan fría como el contenido de la cubitera de la joven de los hielos.

«¿Que mi guitarra no está bien afinada?».

Se acabó la buena educación. Las chicas perdieron de repente su sonrisa. Las que estaban sentadas a la izquierda y a la derecha de Phil se apartaron, sintiendo la tormenta que estaba por llegar. Se instaló un silencio de unos segundos interminables.

«El Do suena como un pedo de tu abuela y tu Si hace el mismo ruido que su dentadura cuando la beso», soltó Ruel, quien había dejado definitivamente de lado todo decoro.

Phil se puso rojo como un tomate. Apretó los dientes:

«¡Mi abuela no lleva dentadura postiza!», gritó a la vez que golpeaba con el puño en la mesa, lo que sobresaltó a las jóvenes admiradoras.

«En cuanto a tu Fa... No me sorprende que SOLO hayas vendido 10 millones de ejemplares de tu último álbum...».

Eso había sido demasiado. Phil se levantó de golpe. Explotó. Ruel, por su parte, mostraba una sonrisita de satisfacción.

«Oh, el señor parece un poco tenso. ¿Le gustaría tomar una infusión relajante tras la comida?».

«¡Ven aquí, que yo sí que te voy a dar una buena infusión relajante!»

Phil agarró la guitarra, activó el generador de Stasis y comenzó a toca un solo de Fab'hugruta que resonó en toda la sala, hasta las cocinas. El chef, su ayudante de cocina y «la chica de los hielos» salieron presas del pánico.

«¿Acaso eso está sin afinar?».

Ruel se quitó los guantes blancos y los lanzó descuidadamente por encima de su hombro. Luego se deshizo el nudo de la pajarita, se remangó las mangas de la camisa blanca y le quitó la guitarra a Phil.

«Yo te voy a enseñar lo que es una buena afinación, ¡músico de poca monta!».

Ruel hizo temblar las paredes con un solo igualmente bien tocado. Haciendo girar de paso su cabellera (que en aquella época era muy larga), como tenían costumbre hacer los grupos de metal precioso.

Luego Phil arrebató de nuevo la guitarra de las manos a Ruel para darle la réplica. Así se ensalzaron en una batalla de solos cada vez más largos, cada vez más rápidos, cada ve más agudos. Los dos anutrofs se subieron encima de las mesas, saltaron a veces de una a otra, se agarraron a las lámparas o, incluso, se deslizaron sobre las rodillas por el gigantesco mostrador de mármol.

Cada uno en su turno, los dos anutrofs se enviaban riffs de guitarra fab'huritus a la cara. Interpretaron los mejores solos de la historia musical del Krosmoz. Desde Piedras Espumosas hasta En la Ruina pasando por Pistolas y Rosas Demoníacas: no faltó ni uno. Los clientes y el personal asistían a la escena, atónitos. Hasta que el dueño del establecimiento llegó enfadadísimo a poner fin al espectáculo.

«¿¿Pero quiénes os creéis que sois?? ¡Panda de salvajes! ¡Seguridad! ¡Sácame a estos dos energúmenos fuera de aquí! En cuanto a ti, Ruel, ¡no hace falta que te diga que puedes hacer lo que quieras con tus horas suplementarias de este mes! ¡ESTÁS DESPEDIDO!»

Un armario de hielo esculpido en una roca de crujidor agarró a los dos anutrofs por el cuello de la camisa y los lanzó fuera del restaurante, haciéndoles literalmente volar hasta la acera de enfrente. Incluso a esta distancia, la ola de indignación que animaba la sala del restaurante llegaba hasta ellos.

Phil y Ruel se miraron sin decirse nada durante un instante y luego se echaron a reír.

«Buah, eso ha sido demasiado, ¿o no?», dijo el segundo, sin aliento, con el pelo revuelto y el traje hecho jirones.

«¡Habla más alto! ¡Tu solo de Un Ladrillo en la Tapia me ha dejado sordo!»

Los dos mejores enemigos se rieron a más no poder.

«Tengo que admitir que hemos estado increíbles...».

«Y esto... ¿Crees que podremos volver a entrar ahí a comer algún día?», dijo Phil señalando el restaurante con la cabeza.

«¿En esa guarida de estirados? ¡Jamás en la vida! ¡Prefiero morir!», respondió Ruel tirando lo que le quedaba de mandil.

«¡Ja, ja, ja, ja, ja!».

«¡Eh, muchachos! ¿Os apetecería montar un grupo?».

Los dos anutrofs dejaron de reírse se golpe y se giraron. La chica de los hielos se había quitado su uniforme de trabajo, desvelando un atuendo inesperado. Cuero, medias de redecilla y tatuajes: bajo la aparente timidez se escondía una tía malota y totalmente bwork’n’roll.

«Porque si buscáis una cantante...».

Cuenta la historia que la chica solo grabó una canción con los dos mejores enemigos. «Son simplemente insoportables», habría declarado.

Eso no impide que sin ella Ruel y los Cometas, o La Orquesta de Phil Harmónico (a día de hoy nadie sabe cuál era el verdadero nombre de este grupo de metal precioso), sin duda nunca habría visto la luz...


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