Gracias a su recorrido por las naciones, los negocios de la empresa de pescadores Fifi&Hijos habían sido de lo más fructíferos. «No es lo bastante como para mantener a la familia toda la vida, pero ya veremos qué depara el futuro…», afirmaba Chairman. Los días más fríos del invierno ya habían pasado, así que Ching y su padre retomaron su camino con una nueva idea rondándoles la cabeza…

El mes de flovor se acercaba a su fin; no obstante, grandes copos algodonados perlaban el cielo. Un carromato tirado por cuatro dragopavos de pelaje azulado se abría paso luchando contra el viento. La nieve se cebaba contra el conductor y un pasajero de menor tamaño. Ambos, abrigados de la cabeza a los pies, se cubrían los rostros con largas bufandas que solo dejaban al aire un ínfimo espacio, para no taparles por completo los ojos. Unos fulares anudados bajo la barbilla les mantenían los sombreros firmemente en la cabeza. El conductor agitaba las riendas para azuzar a sus bestias, que también sufrían la fuerza de los copos de nieve. Por suerte, un bosque bordeaba la carretera, lo que ayudaba a los viajeros a situarse en mitad de aquel frío.
Al mediodía, la nieve había dejado de caer. El carromato recorría un paisaje montañoso inmaculado. A lo lejos, como un punto en mitad de una hoja blanca, apareció una silueta. Cuando el vehículo llegó a su altura, se detuvo.
—[A las bestias] Sooo, tranquilos… [Al desconocido] ¿Necesitas ayuda, amigo? —preguntó Chairman, que se había quitado el sombrero.
- —¡Hola, viajeros! —exclamó el desconocido con el rostro tapado—. ¡No me vendría mal! Llevo horas caminando y ya no sé ni dónde estoy con tanta nieve…
- —A nosotros aún nos quedan dos horitas más para llegar al puerto de Astrub, al norte.
- —¡Donde sea menos en este desierto!
El desconocido llevaba un impermeable que le bajaba hasta las pantorrillas, y unas raquetas en los pies. Estaba especialmente sucio. A sus espaldas, transportaba una parihuela cargada con tres grandes sacos. Con la mayor delicadeza, los colocó uno a uno en la parte trasera del carromato. Luego, metió la parihuela y se sentó al lado de Ching, en la parte delantera. Padre e hijo no pudieron evitar hacer una mueca de lo mal que olía… ¡Desprendía tal hedor que la nariz se les destaponó! Después, se quitó el sombrero y la bufanda, y ambos se encontraron a un individuo masculino rebosante de pelo verde.
—¡Kimar Renwar, cazador y peletero, para servir!
- —Chairman Fifi, pescador y comerciante; y este es mi hijo y socio, Ching.
El sadida se quitó el guante para dar la mano a los cornudos carreteros. El carromato se puso en marcha.
—¿Cómo te has resguardado de la ventisca? —preguntó Ching, intrigado.
- —Perseguía un golosote marrón desde hacía tres días. Me daba en la nariz, justo lo que no tengo, que debía de pesar entre 700 y 800 kilopods. Estaba siguiendo sus huellas en la nieve en polvo cuando empezó a nevar de nuevo… Sabía que las huellas pronto desaparecerían, así que saqué tres flechas de mi carcaj, armé mi arco y aceleré el paso. Con aquella ventisca, empezaba a pensar que terminaría perdiéndole el rastro o, peor, convirtiéndome en su presa. Así que me paré. Cerré los ojos. Y escuché… Debía de estar muy cerca. Nunca en mi vida había tenido tanto miedo… Unos segundos después, oí unos pasos pesados pero rápidos que venían hacia mí a toda prisa. Tuve el tiempo justo de girarme y de ver cómo una sombra aparecía ante mí, ¡lanzando un rugido que helaba la sangre! No recuerdo qué pasó después… Simplemente, grité y disparé las tres flechas a la vez a la mole que se alzaba delante de mí…
Chairman, estoico aunque pendiente de lo que contaba Kimar, seguía dirigiendo el carromato con la vista al frente. Ching parecía vivir la escena:
—¿Y?
- —Se quedó quieto unos segundos. El viento soplaba y me costaba permanecer de pie, así que clavé una rodilla en el suelo. Estaba completamente perdido… Pero, por suerte, había herido de muerte a mi objetivo. ¡El gigantesco golosote se derrumbó delante de mí!
Ching estaba embelesado. Chairman, por su parte, permanecía más pragmático.
—Entonces… ¿cómo te protegiste de la ventisca?
- —Pues no es una bonita historia… ¡Ni mucho menos! Abrí el vientre de la bestia, metí las manos entre sus vísceras aún calientes y saqué todo cuanto pude para meterme dentro de ella…
- —¡Puaaaj! —exclamó Ching con cara de asco.
- —Lo sé, es repugnante, pero… me sentía muy a gusto. ¡Tan a gusto que terminé durmiéndome! No sé cuánto tiempo… Pero, cuando desperté, la nieve había dejado de caer, así que troceé a la bestia para hacerme con su carne y su piel, y os vi a lo lejos… ¿Y vosotros? ¿Qué os ha traído hasta aquí?
- —Mi hijo y yo somos pescadores de agua dulce. Durante mucho tiempo el negocio nos bastó, sobre todo a mí. Pero mi hijo Ching es más… efervescente que su padre. ¡Las ideas no paran de revolotear en su cabeza! Al principio, quería explorar mundo y volver a ver a un amigo que se encontraba en Sufokia. Entonces, me convenció de que sus ganas de viajar podían resultar beneficiosas para nuestro pequeño negocio. Cuando volvimos a Sufokia, lo hicimos acompañados de nuestras mejores piezas. Vendimos una parte e intercambiamos la otra por mercancía procedente del mar Rano. Íbamos cargados de pischis de agua dulce que podíamos vender a precio de oricor en la ciudad; y volvíamos con crustáceos, marisco y pescado que después revendíamos a buen precio… ¡y sin la mínima competencia!
- —Nos pusimos a repartir por todas las naciones —continuó Ching—. Pude ver con mis propios ojos las nuevas maravillas de Bonta, Brakmar, Sufokia y Amakna, construidas sobre las ruinas que habían dejado las crisis de Ogrest.
Un rayo de luz atravesó las nubes.
—¿Y qué pensaste de ellas? —Ahora era Kimar quien estaba intrigado.
- —¡Fue algo magnífico! Los habitantes habían reutilizado las piedras caídas del cielo, procedentes del Monte Zinit, para construir nuevas murallas y asegurar las ciudades. Eso fue lo que me puso la pulguita detrás de la oreja…
- —El jovencito aquí presente había visto las grandes naciones del Mundo de los Doce —siguió contando Chairman—, pero todavía le quedaba por ver el único, el inaccesible…
- —¡… Monte Zinit! —Kimar terminó la frase.
- —Al igual que para recorrer las naciones, necesitábamos hacer un buen negocio que nos permitiera, al menos, sufragar el viaje —explicó Ching.
- —¿La playa? —conjeturó el sadida.
- —Sí, eso fue lo primero en lo que pensamos: ¡los cangwejos del Zinit están muy cotizados en los grandes restaurantes de Bonta! —aseguró Chairman.
- —Digamos que ese se convirtió en nuestro plan B, una garantía en caso de que nuestro plan A fracasara —explicó el joven osamodas con aire misterioso.
El cazador se agitaba en el asiento.
—¡Por la perilla de Sadida! ¿Cuál es vuestro plan?
- —No iba a conformarse con quedarse al pie de la montaña —señaló Chairman.
- —Vamos a aprovechar la apertura extraordinaria del Monte Zinit para todos los aventureros que estén de paso para escalarlo y buscar especies raras en las diferentes fuentes de agua dulce, ¡surgidas de las lágrimas de Ogrest! —exclamó el joven osamodas.
- ¡Fantástico!
- —Otra prueba de que el Caos de Ogrest también puede resultar beneficioso.
Mientras el carromato avanzaba hacia el norte a través del paisaje nevado, los sacos que Kimar había puesto en la parte trasera empezaron a agitarse…
Continuará…