En estos tiempos en los que el Mundo de los Doce gira cada vez más deprisa y en los que cada vez más aventureros se lanzan en una carrera frenética por conseguir la gloria, un pequeño reino de irreductibles sadidas resiste todavía y siempre al opresor. Franchi Laliana estuvo allí hace poco y regresó con una filosofía de vida radicalmente distinta.
¿Quién no ha soñado alguna vez con terminar de una vez por todas con el terrible Ogrest? Posiblemente, eso sea lo que hace latir el corazón de todo docero que se precie; la apoteosis de una vida de aventuras, su punto culminante. Pues, precisamente, si se quiere entrar en la leyenda, es necesario dirigirse a las alturas del Monte Zinit para darle una buena lección a ese ogro refunfuñón y, en cierto modo, una auténtica razón para llorar.
Franchi Laliana forma parte de los aventureros que han respondido a la llamada del Monte Zinit, listo para superar su vértigo y alcanzar LA cima, como si un imán contra el que fuera imposible luchar ejerciera su atracción con una fuerza casi divina. Aunque no hable demasiado sobre los frutos de su aventura, sí existe un acontecimiento que, al cabo de sus peregrinajes y sus numerosas estancias en diferentes comunidades y pueblos doceros, le ha dejado una profunda huella. Un lugar, concretamente un reino, le ha marcado más que ningún otro. Lo que le ha afectado en particular es su autenticidad y la humildad de sus habitantes, a los que la vida no siempre ha sonreído.
Este lugar es el Reino Sadida. Enviado por un alquimista del Mundo de los Doce para hacerse con un ingrediente indispensable para la elaboración de una pócima, Franchi Laliana se disponía a conocer a un pueblo en perfecta simbiosis con la naturaleza.
«La gente era tan simpática, tan amable... Para mí, que regresaba de la cueva de Dor'Mor, fue como hacer un split sin haber calentado. No obstante, esa gente acababa de vivir una auténtica tragedia. Temía molestarlos y pensaba que iban a mandarme a paseo diciéndome que tenían mejores cosas que hacer. Pero no fue así. Pocas veces había visto tanta bondad. ¡Me recibieron con los brazos abiertos y me cubrieron de flores!».
Durante toda su vida de aventurero, Franchi Laliana no ha dejado de entablar amistades, unas más buenas que otras. Pero si tuviera que quedarse con una, esa sería sin duda una pareja, su «dúo de inseparables», como a él le gusta llamarlos: Renato y Patuso, dos sadidas cuando menos adorables que se pasan las horas discutiendo y peleándose.
«Ah, Renato y Patuso... Los dos confidentes y mayordomos de la princesa Sheran Sharm. Pese a la desgracia que se les venía encima, esos dos rebosaban de vida. Desprendían una energía y mostraban una cordialidad inaudita. Eran unos chistosos que bien podrían servir de ejemplo a muchos doceros, a mí el primero», contó Franchi Laliana.
Después está el célebre Sheran Sharm, padre de Armand y de Amalia y soberano del Reino Sadida. Franchi Laliana ha tenido la suerte de conocerlo a él también.
«Impone respeto tanto por su distinción natural como por su sabiduría. Es un rey muy atento y preocupado por el bienestar de sus súbditos. Por desgracia, no he tenido la suerte de conocer a sus hijos; aunque, según parece, la pequeña Amalia tiene ya bastante carácter. Toda una princesa, ¿eh?».
Franchi Laliana cuenta que, cuando se disponía a abandonar el reino, el rey le invitó a meditar al pie del Árbol de Vida.
«¡Fue una experiencia increíble! Todos los doceros deberían vivirla al menos una vez en su vida de aventureros. Sentía cómo se abrían todos mis chakras (aunque no tengo la más mínima idea de qué son). Me sentía en conexión con la naturaleza, mis pies se habían convertido en raíces, los dedos de las manos se desplegaban como alas, mi cabeza se parecía a una nozdekoko enorme y... ah, ahora que lo pienso, ¡me creía un tufo!».
No cabe duda y seguro que lo has entendido: Franchi Laliana no ha vuelto indemne de esta aventura. Y tú, ¿podrás resistirte a la llamada del bosque?